Articulo publicado por el periódico digital Extraconfidencial.com el pasado lunes 02 del corriente.
Muchos
prescinden del apellido que les pueda relacionar con su rama aristocrática.
La
nobleza de la política y la empresa oculta sus títulos a la opinión pública.
La
llegada del Partido Popular al gobierno ha llevado a numerosos cargos públicos
a un notable grupo de nobles e hijos de familias de raigambre aristocrática,
como ya venimos haciéndonos eco en estas mismas páginas. Este hecho, que coloca
la nobleza más cerca de la visibilidad pública, va, sin embargo, aparejado a
ese curioso fenómeno por el cual muchos nobles e hijos de títulos parecen
querer ocultar sus orígenes o sus relaciones sociales mediante el obviar sus
títulos o hasta introducir pequeñas modificaciones a sus apellidos compuestos, todo ello para
aparecer ante la opinión pública como meros ciudadanos de a pie.
Pero
este fenómeno tan singular también parece extenderse al mundo de la gran
empresa y de las finanzas pues, nos cuentan, hay hasta secretarias de personas
de gran influencia y notoriedad social que no conocen siquiera que sus jefes
son marqueses o condes, del mismo modo que nunca escuchamos a Esperanza Aguirre
presentarse como condesa de Murillo y madre del marqués de Villanueva de Duero,
a Pío García-Escudero como conde de Badarán, a Jesús Posadas como cuñado del
marqués de Vargas, o a Íñigo Méndez de Vigo y Montojo (Secretario de Estado
para la Unión Europea), como barón de Claret.
Ocultación
de apellidos
En
esa misma línea el ministro Pedro Morenés, primo de la esposa de Íñigo
Méndez-Vigo y antiguo presidente del Club Puerta de Hierro, parece haber
reducido su sonoro segundo apellido “Álvarez de Eulate”, al menos pretencioso
“Eulate” suprimiendo también la partícula “de” del Morenés que le enlaza con
toda la gran nobleza española. Caso similar es el de José Ignacio Echevarría Echaniz,
presidente de la Asamblea de Madrid, de quienes pocos conocen que lleva el
título de conde de Grá.
En
las listas del Partido Popular menudean otros nombres aristocráticos como
Cayetana Álvarez de Toledo, esposa de un nieto del vizconde de Güell, o Alfonso
de Senillosa y Rocamora, y la lista se torna casi interminable si pensamos en
el ámbito de la gran empresa con nombres como Jaime Lamo de Espinosa y Michels
de Champurcin, antiguo ministro se agricultura y actual presidente del consejo
de administración de Cap Gemini Ernst & Young España, que es marqués de
Mirasol. Y es que en realidad son pocos los que como el marqués de Tamarón,
Santiago de Mora-Figueroa, que hasta 2004 fue embajador de España en Gran
Bretaña, no tienen empacho en funcionar ante la vida pública como aquello que
son.
Sorprende
esta ocultación de lo que se tiene y de lo que se es, por otra parte, hace un
flaco favor a la propia nobleza como grupo social que en estos momentos pasa
por un momento de gran desunión y de notable dificultad. De hecho son varias ya
las voces que defienden la desarmarización de la nobleza ante la opinión
pública, por considerar que no es vergonzante manifestar lo que se es cuando
luego, y de forma paradójica, títulos, sangres y parentescos se airean en el Club
Puerta de Hierro, en el Nuevo Club o en la Gran Peña de Madrid.
Nobles
populares
Además
la nobleza no es un grupo social impermeable sino que está presente en todos
los ámbitos de la sociedad tanto a través de figuras de gran notoriedad como
Mercedes Milà, Agatha Ruiz de la Prada o la autora de novelas históricas
Almudena de Arteaga, como figuras anónimas de personas de vida sencilla como la
futura marquesa de Casa Brusi que es traductora, o la hermana del conde de la
Torre de Mayoralgo que trabaja en terapias alternativas.
Ello
muestra un fuerte contraste con la conducta de la noblezas británica y
francesa, que históricamente han formado parte de la vida política y
empresarial sin perjuicio de su estatus, amén de que en Inglaterra el primer
ministro David Cameron lleva a gala descender del rey Jorge III y en Francia
Nicolás Sarkozy se enorgullece de su ascendencia noble por los Sarkozy de
Nagy-Bocsa y de sus conexiones con la nobleza internacional (la segunda esposa
de su padre, Melinda d’Eliassy, casó después con el español Luis Rúspoli y
Morenés, marqués de Boadilla del Monte).
En
el brete de redefinirse como grupo social, la nobleza española encara un
momento de especial dificultad pues corre el peligro de quedar vinculada a una
imagen frívola en la que, sin remedio, no puede dejar de destacar la singular
Cayetana de Alba que –siempre rompiendo moldes-, es tan querida y tan popular.