La nobleza, tanto la titulada como la no titulada es objeto, desde hace años, de una campaña de acoso y derribo por parte del poder ejecutivo, (sea del color que sea), absolutamente inconcebible, no solo aquí, sino en toda Europa.
Lo primero fue el Real Decreto 222/1988 de 11 de marzo que se llevó por delante, de un plumazo y de forma totalmente ilegal, la posibilidad de rehabilitar títulos nobiliarios que hubieran incurrido en caducidad (figura de nuevo cuño y absolutamente ajena al derecho nobiliario, no solo español sino internacional). De este Real Decreto se hablará próximamente.
Bien, la citada ley 33/2006 que, según sus promotores, garantiza la igualdad de todas las personas ante la ley en materia de sucesión de títulos, es una gran mentira. Si lo que se pretende es no discriminar (a pesar de que la nobiliaria es, básicamente, discriminadora), esta ley lo hace desde su artículo 1º, ya que discrimina al hijo menor sobre el mayor. Y con la mayor de las sonrisas.
No obstante, a mi entender, no está aquí el problema, ya que los mayores, desde siempre han tenido preferencia en estos temas y, los menores, lo tienen más que asumido. El problema es que, de un plumazo, el legislador, haciendo gala del más falso de los progresismos, ha reventado siglos de derecho nobiliario.
Los títulos nobiliarios otorgan nobleza personal a aquellas a quienes se conceden que, tres generaciones después se convierte en nobleza de sangre. Y la nobleza de sangre solo se transmite por línea agnaticia, es decir, por el padre. Las mujeres pueden ser nobles pero no transmiten su nobleza a sus descendientes. Excepto en el caso de los solares riojanos, como el de Tejada. Esto puede parecer machista o anacrónico pero, en la Edad Media, y los títulos son una reminiscencia de aquella época, las cosas estaban montadas así. De esta manera se perpetuaba siempre la nobleza de un mismo linaje. Y, en el caso de que una mujer sucediera en un título, ésta siempre se casaba con un hombre noble, con lo que la dignidad seguía unida a la nobleza de sangre. Aunque fuera de otro linaje.
Ahora, la nobleza ya no es un tema importante pero sí lo es que, en la medida de lo posible, el título se conserve en el linaje del concesionario. Aunque solo sea por respeto a la Historia. A su Historia. Esto no siempre es posible ya que, en muchos casos, es una mujer la que sucede por falta de descendencia masculina, pero en otros muchos sí que es posible, ya que el heredero del título es un varón.
Después de la entrada en vigor de la mencionada ley, multitud de familias nobles que han podido conservar su título desde siempre, verán como, éste, cae en manos de linajes que son absolutamente ajenos a la realidad nobiliaria. Nada que objetar de los Pérez, Rodríguez o Garcia, en absoluto, pero la verdad es que es una verdadera lástima que títulos antiquísimos que han estado siempre en posesión de una misma familia, o, en cualquier caso de varias familias pero nobles, pasen ahora a otros linajes que, si bien absolutamente respetables, no deberían corresponderles, al menos, por el mero capricho de un legislador en constante búsqueda de rédito electoral.
Todo el mundo sabe quienes son los promotores de esta ley: una estrafalaria diseñadora y su polémico compañero, director de un conocido periódico. Éstos han conseguido lo imposible. Poner de acuerdo a los dos grandes partidos –que no se ponen de acuerdo ni en los temas más importantes- y que esta funesta ley se aprobara en un tiempo récord para poder quitarle al tío de ella (legítimo sucesor desde el punto de vista histórico) sus títulos para poder ponerse en su tarjeta de visita que son marqueses y, además, Grandes de España.
Sin duda, atacar a la nobleza da rendimientos políticos ya que, gran parte de la sociedad, sigue creyendo, por ignorancia, que los nobles son señoritos que viven de rentas y no pagan impuestos. Nada más lejos de la realidad. Los nobles trabajan como todo hijo de vecino y, a menudo, con mucha intensidad para poder conservar (los que lo conservan) el patrimonio de sus antepasados.
Es verdaderamente vergonzoso y absolutamente fuera de lugar, no solo aquí sino también en Europa, lo que se está haciendo con la nobleza en España. Y además, con la complicidad de la Diputación de la Grandeza, que asiste al espectáculo de su propia destrucción como mero espectador sin atreverse a decir “esta boca es mía”.
Más le valdría al Gobierno abolir los títulos nobiliarios que mantenerlos de esta manera, como han hecho Francia o Italia, países en los que sus gobiernos no reconocen los títulos y estos han pasado a la esfera privada, siendo perfectamente regulados, siguiendo todas las tradiciones históricas por asociaciones privadas.