Todo heraldista que se considere como tal deberá tener ciertas nociones, aunque sean mínimas de la Ciencia Auxiliar de la Historia que se encarga de estudiar la ascendencia y descendencia de una familia: la genealogía.
¿Por qué? Muy sencillo. Los escudos se basan en linajes y, para entenderlos, es necesario conocer y entender los avatares por los que ha pasado una familia, así como sus entronques, las premoriencias, las muertes sin descendencia legítima etc. Los escudos, a menudo, son resultado de las vicisitudes por las que ha pasado un linaje a lo largo de su historia.
El resultado de la investigación realizada se refleja mediante un, más que conocido, árbol genealógico.
Cuando uno empieza a trabajar en su propia genealogía, cosa que todo el mundo debería hacer, dado que es importante saber de donde se viene, se debe empezar por uno mismo e ir subiendo hasta donde se pueda llegar.
Para ello lo normal es primero recurrir a las fuentes orales de familiares (estas deberán cogerse a beneficio de inventario, ya que la memoria de las personas falla mucho). Posteriormente se puede acudir al Registro Civil, donde se encuentran registrados todos los datos relativos al estado civil de las personas y donde se encontrarán las partidas de nacimiento, matrimonio y defunción de cualquiera nacido después de 1870, que es cuando se crea este organismo.
Cuando se llega más atrás de 1870, cosa relativamente fácil, ya que solo hay que ascender tres o cuatro generaciones, se pueden encontrar datos en archivos parroquiales, estatales, diocesanos etc. También los archivos notariales son una buena fuente de información donde se pueden consultar los testamentos, dotes, compraventas etc.
En lo referente a familias nobles o tituladas, una de las fuentes puede ser el Archivo General del Ministerio de Justicia, que es donde se guardan los expedientes de sucesión de todos los Títulos vigentes. Así mismo, en el Archivo General de Simancas, Dirección General del Tesoro, se pueden encontrar los pagos del impuesto de Media Annata (imprescindible para suceder en un Título).
Se acabará la investigación en el momento en el que no se encuentren más documentos relativos al linaje objeto del estudio.
La genealogía es una ciencia que ha estado desprestigiada durante años debido a las falsificaciones de genealogistas sin escrúpulos que no dudaban en hacer entroncar a sus clientes con el mismísimo Carlomagno sin ninguna prueba documental. Tampoco tenían reparos en destruir o manipular libros o archivos para poder sustentar sus “imaginativas” teorías.
Desde hace unas décadas, la genealogía vuelve a ocupar, poco a poco, el lugar que le corresponde como Ciencia Auxiliar de la Historia, gracias al esfuerzo y buen hacer de muchos genealogistas. Por ello, y por no pisotear el trabajo de muchos, es importante ser rigurosos y honestos. No por crear una ascendencia prestigiosa y pretender entroncar con el último rey godo se va a ser una persona distinta y, además, estaríamos menospreciando a nuestros antepasados. La genealogía es una ciencia, y como tal hay que tomarla. El genealogista es un científico y debe llevar sus investigaciones con rigor y objetividad.
No olvidemos que el funesto Real Decreto 222/1988, de 11 de marzo, por el que se modifican los Reales Decretos de 27 de mayo de 1912 y de 8 de julio de 1922 en materia de rehabilitación de Títulos Nobiliarios es el resultado de las falsificaciones presentadas por unos cuantos desaprensivos que, por el mero hecho de ser poseedores de un Título, no dudaron en falsificar su genealogía perjudicando a los que, ahora, pretenden, legítimamente, rehabilitar uno que históricamente les ha pertenecido y que, "gracias" a esta norma, a entrado en caducidad, siendo imposible ya su rehabilitación.
¿Por qué? Muy sencillo. Los escudos se basan en linajes y, para entenderlos, es necesario conocer y entender los avatares por los que ha pasado una familia, así como sus entronques, las premoriencias, las muertes sin descendencia legítima etc. Los escudos, a menudo, son resultado de las vicisitudes por las que ha pasado un linaje a lo largo de su historia.
El resultado de la investigación realizada se refleja mediante un, más que conocido, árbol genealógico.
Cuando uno empieza a trabajar en su propia genealogía, cosa que todo el mundo debería hacer, dado que es importante saber de donde se viene, se debe empezar por uno mismo e ir subiendo hasta donde se pueda llegar.
Para ello lo normal es primero recurrir a las fuentes orales de familiares (estas deberán cogerse a beneficio de inventario, ya que la memoria de las personas falla mucho). Posteriormente se puede acudir al Registro Civil, donde se encuentran registrados todos los datos relativos al estado civil de las personas y donde se encontrarán las partidas de nacimiento, matrimonio y defunción de cualquiera nacido después de 1870, que es cuando se crea este organismo.
Cuando se llega más atrás de 1870, cosa relativamente fácil, ya que solo hay que ascender tres o cuatro generaciones, se pueden encontrar datos en archivos parroquiales, estatales, diocesanos etc. También los archivos notariales son una buena fuente de información donde se pueden consultar los testamentos, dotes, compraventas etc.
En lo referente a familias nobles o tituladas, una de las fuentes puede ser el Archivo General del Ministerio de Justicia, que es donde se guardan los expedientes de sucesión de todos los Títulos vigentes. Así mismo, en el Archivo General de Simancas, Dirección General del Tesoro, se pueden encontrar los pagos del impuesto de Media Annata (imprescindible para suceder en un Título).
Se acabará la investigación en el momento en el que no se encuentren más documentos relativos al linaje objeto del estudio.
La genealogía es una ciencia que ha estado desprestigiada durante años debido a las falsificaciones de genealogistas sin escrúpulos que no dudaban en hacer entroncar a sus clientes con el mismísimo Carlomagno sin ninguna prueba documental. Tampoco tenían reparos en destruir o manipular libros o archivos para poder sustentar sus “imaginativas” teorías.
Desde hace unas décadas, la genealogía vuelve a ocupar, poco a poco, el lugar que le corresponde como Ciencia Auxiliar de la Historia, gracias al esfuerzo y buen hacer de muchos genealogistas. Por ello, y por no pisotear el trabajo de muchos, es importante ser rigurosos y honestos. No por crear una ascendencia prestigiosa y pretender entroncar con el último rey godo se va a ser una persona distinta y, además, estaríamos menospreciando a nuestros antepasados. La genealogía es una ciencia, y como tal hay que tomarla. El genealogista es un científico y debe llevar sus investigaciones con rigor y objetividad.
No olvidemos que el funesto Real Decreto 222/1988, de 11 de marzo, por el que se modifican los Reales Decretos de 27 de mayo de 1912 y de 8 de julio de 1922 en materia de rehabilitación de Títulos Nobiliarios es el resultado de las falsificaciones presentadas por unos cuantos desaprensivos que, por el mero hecho de ser poseedores de un Título, no dudaron en falsificar su genealogía perjudicando a los que, ahora, pretenden, legítimamente, rehabilitar uno que históricamente les ha pertenecido y que, "gracias" a esta norma, a entrado en caducidad, siendo imposible ya su rehabilitación.