miércoles, 11 de enero de 2012

Artículo

Interesante artículo de José Antonia Zarzalejos publicado en La Vanguardia el pasado día 29 de diciembre sobre la polémica en que se ha visto inmersa, sin comerlo ni beberlo, la Familia Real.

En próximas entradas se publicarán un par de artículos más, de otros autores, sobre el referido tema.

El Rey no se cansa de serlo


Su mensaje más personal fue tan explícito a las referencias innominadas a Iñaki Urdangarin que él mismo a tenido que diluirlas.

José Antonio Zarzalejos

Los mentideros de Madrid son crueles y alevosos. En las últimas semanas han circulado por ellos las versiones más abracadabrantes sobre la actitud del Rey y la situación de la familia real, hasta el punto de advertir de una inminente abdicación de don Juan Carlos ¡urdida, nada menos, que por su nuera, aplaudida por su hijo y venteada por un periódico madrileño! Nada de esa especie tiene un adarme de certeza. Es verdad que el caso Urdangarin ha obligado al Rey a tomar decisiones difíciles como la de apartar a sus hijas, las infantas, del protocolo real para que se visualice la verticalidad de la Corona. Es verdad también que don Juan Carlos ha expresado –en público y en privado– el disgusto que le ha infligido su yerno al comprobarse su voracidad recaudatoria prevaliéndose de su condición. Pero es del todo incierto que el Jefe del Estado haya pensado, ni por asomo, en una abdicación como medida radical para superar la crisis por la que atraviesa la Corona.

Por el contrario, el Rey se ha venido arriba y, con el jefe de su Casa y con consejeros discretos y leales, ha diseñado y se ha atenido a una estrategia inteligente y efectiva. En la noche del 24 lanzó su mensaje más personal y de mayor envergadura, tan explícito en las referencias innominadas a Iñaki Urdangarin que él mismo ha tenido que diluirlas en consideraciones generales. Los medios respondieron con reconocimiento al esfuerzo de don Juan Carlos, que remató su terapia con el discurso, el pasado martes, ante las Cortes Generales en la solemne sesión de apertura de la X legislatura. El aplauso cálido, largo y sostenido de la mayoría de diputados y senadores volvió a acreditar que una clase política ideológicamente dispar sigue reconociendo en don Juan Carlos activos democráticos inolvidables y, también, que las fuerzas políticas troncales en España no están por aventurerismos autodestructivos. Las ovaciones al Rey en la Carrera de San Jerónimo demostraron que los pasos dados por don Juan Carlos y su Casa han sido acertados, completados ayer con la publicación del destino, grosso modo, de una asignación presupuestaria perfectamente razonable, incluida la retribución del monarca.

El propósito último de esta estrategia no es ocultar la crisis, sino otro bien distinto: el Rey no está cansado de serlo; no va a abdicar en el príncipe Felipe con el que don Juan Carlos se siente asistido y ayudado en su función representativa y simbólica; está dispuesto a reformular el papel público de su propia familia y a criticar conductas de sus allegados que no sean ejemplares u honradas y mantiene una disposición abierta –como dijo en Barcelona el príncipe Felipe– a adaptar la Corona a las exigencias de los tiempos. No hay, pues, desistimiento, ni resignación de funciones ni de ilusiones, ni agotamiento institucional ni, mucho menos, propósito de abdicar que es el que fomentan los que –desde posiciones extremas– quieren romper el sistema cuyo nudo gordiano es, precisamente, la monarquía parlamentaria, esto es, la forma del Estado democrático de 1978.

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