A don Quim Monzó, todo el mundo le conoce. Es periodista y escritor además de colaborador de La Vanguardia, merced a su magnífica columna diaria. Lo que ya no sabe todo el mundo es que don Quim Monzó es un gran aficionado a la heráldica.
Y como buen aficionado, no dudó, a raíz de la polémica sobre la langosta de marras, terciar en el asunto a través de un ilustrador artículo, que se propone a continuación:
Opinión
De Pals a Llagostera
Como solución pactada,
el escudo de Llagostera incluye una langosta y un castillo
Artículos | 05/10/2011 - 00:00h
Quim Monzó
El menosprecio que hay en Catalunya por la heráldica y la vexilología quedó
patente cuando, en 1997, el consistorio barcelonés arrinconó escudo y bandera
de la ciudad y se sacó de la manga un invento delirante, fruto de la mente de
Pasqual Maragall. El entonces alcalde explicó que la idea se le ocurrió una
noche que estaba en su casa, en Rupià. Miraba TV Girona y de golpe contempló la
bandera gerundense que cerraba las emisiones. Iluminado como ha sido a lo largo
de toda su carrera política, decidió que él quería una bandera parecida a
aquella.
Pues si eso ha pasado hace poco en la capital ya pueden suponer qué sucede
en los pueblos. En estos momentos hay dos noticias heráldicas sabrosas. Una en
Pals, donde, según el Diari de Girona, han presentado alegaciones al
escudo que propone el Ayuntamiento. El escudo incluye "tres bastones
(palos aguzados en la punta)". El conflicto nace de que han recordado que
la etimología de Pals no tiene que ver con garrotes o varas sino con marismas.
"El Cercle Català d'Història aporta un documento de 1792 en que el autor
dice que el nombre en latín de Pals era Paludibus, de forma que el
origen etimológico sería la palabra en latín que significa estanque, lagunas,
marismas". Quieren que eliminen los bastones y pongan un estanque.
El otro lugar con conflicto heráldico está a 40 kilómetros de Pals:
Llagostera. Tras un cuarto de siglo de debate, la semana pasada aprobaron el
escudo municipal. En 1986, Administració Local envió al Ayuntamiento una
propuesta de escudo: embaldosado, de plata con una langosta y, por timbre, una
corona de barón. No les gustó. Según la sabiduría heráldica que se reúne en las
barras de los bares locales, Llagostera está a diez kilómetros del mar, y ¿a
quién se le ocurre que, estando a diez kilómetros del mar, haya una langosta en
el escudo? De nada sirvió explicarles que en el siglo XVIII ya el blasón
llevaba una langosta, y que es lo que corresponde. Ellos querían un castillo,
fuese como fuese, y, de paso, en vez de corona de barón, una de rey. De forma
que, como solución pactada, el escudo actual incluye una langosta y un
castillo. Es un escudo insípido, comparado con el que Administració Local les
envió en 1986, con una espléndida langosta central. Con su pan se lo coman. Es
como si L'Armentera impugnase su escudo (que lleva una espada) porque en
L'Armentera no fabrican espadas. Es como si El Brull impugnase el suyo (con un
grifo negro) porque no hay animales mitológicos circulando por las calles de El
Brull. O como si Riumors (que tiene dos calaveras) impugnase el suyo porque los
riumossencs no son unos calaveras. En un mundo de pincho de tortilla de
patatas acompañada de carajillo –donde el más obtuso se cree que sabe más de
fútbol que Guardiola– el síndrome Maragall ha cuajado y hasta los iletrados
hacen como si tuviesen un máster en heráldica.